Relatos
 
Habla caperucita
 
 

Me llamó y me metí en la cama con él. Hacía como que iba a comerme, royendo las uñas poquito a poquito y luego tragando las virutas. Otras veces metía en la boca los dedos, la mano o incluso el brazo entero ¡tan pequeño! Comerse el uno al otro, así hacen los que se aman. Yo no podía comerlo, siendo tan grande, tan enorme, con aquellos pelos hirsutos, el relámpago de los dientes blancos, la voz profunda como los truenos. Entonces le quitaba las garrapatas que se ensañaban con él como con todos los lobos y después las comía, reventando de sangre que chorreaba por mi boca, por la barbilla, manchando mi vestido. Por eso dijo el cazador, cuando nos encontró la primera vez, que yo iba ensangrentada, que se había roto esto o aquello, que él estaba comiéndome y había tenido que sacarme de lo más profundo de sus tripas. No era cierto y, por otro lado, si nos comemos el uno a la otra es por amor. También Beatriz se comió a Dante o por lo menos comió su corazón, el centro del centro. Tampoco es verdad que el cazador lograse herirlo, sino que no pudiendo enfrentarse a la escopeta cargada, huyó a lo más oscuro del bosque.

Pero yo había probado su sangre, la sangre que reventaba el cuerpo resbaladizo de las garrapatas que sabían a tierra, a metales herrumbrosos. La luna comenzó a cambiar mi cuerpo. Dentro de mí nacían relámpagos y truenos, cuchillos de lenguas, dientes afilados como esquirlas de cristal. Cuando el cazador nos encontró la segunda vez éramos dos y no pudo escapar. Desde entonces unas veces voy yo a buscarlo a lo oscuro del bosque, otras viene él y entra conmigo en la casa, engañando a los otros con su gesto de perro, los ojos bajos para no descubrir los relámpagos de tormenta que anidan en ellos.

(Debúxame un conto. Ilustradores galegos, 1998)

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